Si no has visto algún anime en tu infancia, es hora de que te levantes, te des de tortas contra la pared, vuelvas a sentarte y busques alguno. Es prácticamente imposible que no te vieras mezclado en la gran guerra Pokemon vs. Digimon (que, desde luego, debería pasar a los libros de historia como una de las más traumáticas de nuestra infancia). Raro era el día que nadie traía cromos o figuritas para fardar frente a la clase.
Por desgracia para mí, nunca fui de las que podían fardar, así que me llevé la parte traumática de la guerra número 1: Confórmate con haber visto algún capítulo suelto.
Como siempre tienes algún amigo que comparte sus riquezas contigo (en mi caso no), acababas metiéndote en un bando (a mí nadie me preguntó… ¡Digimón!). Esto me lleva al segundo trauma de la guerra:Elijas el bando que elijas, los del otro tendrán mejores argumentos, mejores figuritas para fardar, habrán visto más capítulos y serán más crueles que tu bando. Y esto es tan cierto que, teniendo yo amigos en ambos bandos, muchas veces terminaba el recreo y tenía que subir con alguno echando pestes del bando opuesto, habiendo escuchado el día anterior justo lo contrario.
La revolución llegó con las chapas. Por alguna extraña suerte divina, yo era buena jugando a las chapas y me hice con bastantes, así que iba toda feliz con mi caja de Star Wars y mi colección genial de chapas. El problema vino cuando descubrí que a los mayores también les gustan los animes. Y esto me lleva al trauma número 3: Eres buena… ¿pero lo bastante para jugarte tus chapas contra uno de la ESO? Lo curioso de este trauma es que de aquella a los chicos mayores se les temía, por lo tanto era muy difícil que sus comentarios no te hirieran. Así que acababas jugando solo para que no te persiguieran por todo el patio llamándote cosas o, lo que era peor, para que no te robaran las chapas.
Para mi desgracia, no era mejor que un chico de 16 años que me miraba con una media sonrisa desdeñosa y me animaba a seguir apostando mis mejores chapas mientras yo casi lloraba. Cuarto trauma: Me han robado las chapas, o las he perdido… desde luego, no me las he jugado todas contra un chico mayor y he salido llorando cuando las he perdido todas. ¿Qué haces cuando ves tu cajita de Star Wars vacía? Antes eras la reina del patio y ahora solo quieres rezar para que ese chico no averigüe donde vives y vaya también a por tus cromos de Yu-Gi-Oh. En mi caso, lo negué todo con la cabeza bien alta y, según mi versión de hace unos 10 años, mi colección de chapas está intacta, en buenas condiciones, y aun no he perdido mi don.
Y tenemos por fin el quinto trauma de esta guerra: Ayuda, Yahoo, el fantasma de mis chapas perdidas me persigue. Después de todos estos años, aun tengo miedo del día que me reúna con mis amigos de la infancia y me pregunten por mis chapas… debería quitármelo de encima.
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